"Los escritos de Paul Paniagua subliman el espíritu, conquistan la alegría, y nos hacen ver la vida con humor y optimismo... Desde el título, Paul Paniagua nos penetra en un espacio lúdico, inspirado en los juegos de trompos. Para el autor, el texto es una métafora de la vida.Es un libro original que atrapa al lector.. Estos textos hiperbreves no se pueden leer con el ceño fruncido, sino una una amplia sonrisa. " Ph.D Mara L. García Brigham Young University


“Ojos llenos de abril” pertenece al destiempo. No es abril nada más la morada constante. Sino todos los meses y todos los años y todos los días. La mujer es la prueba fehaciente que no existe omega y que el alfa jamás delimita o recuenta el tamaño del tiempo, el amor, el poema.

Paul Paniagua nos deja asomar por el ojo de la cerradura a su propia mirada. Pero no servirán nuestros ojos. Es vital e imperante usurpar su mirada. Otros ojos. Ojos llenos de abril que son llave y ventana y paisaje profundo como un mar adentro.

Fausto Vonbonek.


Presentacion del libro

Presentacion del libro
Cecut Mexico

Thursday, October 6, 2011

SOBRE EL MOVER MONTAÑAS






Desde el principio, él siempre quiso mover montañas con su fe. A los cinco años de edad, comenzó a ejercitar su fe intentando mover cucharas, tenedores y canicas; y luego, al llegar a su adolescencia, siguió con trompos y baleros mexicanos, pero nunca tuvo éxito. Después en su madurez, lo intentó con piedras y ladrillos y corrío la misma suerte. Estudió la Torá, la Cábala, el Corán, los Evangelios, y cien filosofías,... pero aún así, no pudo mover nada de ningún lugar alguno. Adonde quiera que iba, intentaba mover una cosa a otro lado, y un lado a otro lado, pues él sabía que con la fe del tamaño de un grano de mostaza podría mover una montaña. Así lo había entendido él.

En realidad él siempre quiso traer el Everest del Himalaya al desierto de Mojave en Califoria y asi acabar con aquel infierno donde vivía. Ejercitaba su fe haciendo lagartijas, poniéndose en cuclillas, meditando tarde y noche con el propósito único de aumentarla. Cerraba sus ojos y simulaba con sus manos el levantar las más altísimas cordilleras en el Himalaya transportándolas por los cielos sin causar una tragedia o terremoto alguno en el intento. Recorría la cortina de su cuarto en su casa para ver si aquel intento funcionaba. Abría sus ojos una y otra vez en la espera de aquel collado eterno y nada, todo seguía alIí donde mismo y como siempre. Después de sus inútiles esfuerzos, nunca aprendió a mover montañas aunque quiso hacerlo siempre.

Como último recurso se inscribió en la primer iglesia que le prometió aumentar su fe del tamaño de una roca. Nunca sucedió tal cosa. Ni nadie movió jamás ni aún un pequeño cerro, según el estudio minucioso que se hizo. En vista de aquel fracaso, pospuso aquella hazaña y optó mejor por extender su unidad de aire acondicionado en su amplia casa y recoger a todo niño huérfano que encontraba por las calles para salvarle de aquel infierno en el desierto. Luego, fundó una clínica para adictos quienes se habían dado por vencidos y buscaban suicidarse. Dedicó el resto de su vida a abrir hospitales y orfanatos. Inclusive, rescató jirafas y culebras. Salvó una vida aquí, otra allá, un hogar aquí, otro allá, el resto de sus días. La gente empezó a buscarlo, dejando todo por seguirlo. Ésta bajaba de los cerros y collados; aldeas, pueblos y aun ciudades enteras se levantaban en su búsqueda.

Él nunca movió montañas, fueron ellas quien se movieron por sí solas. La gente le amó por tener fe del tamaño que haya sido. Todo pasó sin que se diera él cuenta; entregado, haciendo el bien a su manera. Jamás pensó que las montañas tuvieran pies y manos, y que caminaran de pueblo en pueblo con orejas sonriendo. Tampoco pensó que la gente fuera a robarle el corazón, sirviendo y amando al desposeído. Las montañas infinitas lo rodearon.


Paul Paniagua
Sin Trompo de Poner
Copyright 2011


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