Cuando el monstruo camina
el desierto en el cactus,
lo lleva grabado a su piel.
Exhibe en su cuerpo de cruces
el color del delirio
y los golpes,
lo lleva quemado en su carne:
El rojo escarlata encendido en las llamas,
El carbón en su
espalda,
el amarillo, delinea su crepúsculo.
Va con el trote tranquilo
desgranando el color del carmín.
Es el fulgor herido de un sol
que rehúsa relamer la sed de sus aguas.
¿Qué espejismo aquí no es real?
Es su oasis
vestigio de huesos
de alas heridas y monstruos
prehistóricos.
El dragón con sombrilla
sorbe el agua de coco con una pajilla
nadando de dorso hacia el Norte,
saca su lengua de un látigo zorro,
sigue adelante.
Veloz,
se bebe el sol en las rocas.
Su dorso invoca el Haikú japonés
de un vampiro con signos egipcios.
Nada,
que sea el padre
fantasma
de todos los saurios
el que duerma en sarcófago de oro.
¿Brotar del
instante?
No sé como lo haga.
Quizás ruja su cuerpo bruñido de sol
y su embrujo de
andar las arenas
en tus ojos de almíbar con una esperanza.
¿Será un mártir que bebe el veneno mortal
que su imagen
arrastra
en silencio en su
sombra de noche?
¿Tendrá un destino?
¡Que no sea de menos,
que nos cubra su sombra!
¡Que ande atrevido,
soberbio, de lengua bífida víbora!
¡Que sea del relámpago!
¡Que avance invencible
en el sol y la noche!
Que reme en la arena
el Monstruo de Gila!
¡Que sea el terror
de los ojos olivos
sin mar y sin barco!
¡No habrá cercos tan altos
que el no derribe!
¡Que nade en la arena
y trague escorpiones!
Paul Jr. Paniagua
Sin Trompo de Poner
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